A propósito del atentado que sufrió nuestro colega
de Revista Semana, Ricardo Calderón, quiero compartirles algunas reflexiones
del exilio. No personales, ojalá nunca pase. Las lecciones son de Hollman Morris
e Ignacio (Nacho) Gómez, quienes nos contaron algunos pormenores de esa
dolorosa experiencia.
Fue una charla íntima durante la jornada de cierre
de la Feria del Libro de Bogotá, en un pequeño salón ubicado en el pabellón
Tomás Carrasquilla, con un aforo no superior a las 200 personas. Los invitados:
dos grandes periodistas, que no comen cuento, y que investigan hasta la
saciedad. Actitud que debería ser aplaudida en una sociedad moderna y vigilante
de lo público.
Ignacio o “Nacho” Gómez, como lo conocen en el mundo
periodístico, quien hoy se desempeña como subdirector de Noticias Uno, vivió su
primer exilio en la década de los
noventa cuando trabajaba en la Unidad Investigativa del diario El Espectador y destapó
algo escandaloso desde todo punto de vista: la Brithis Petroleum (BP), envuelta
en una importación ilegal de armas al país.
Desde esa vez, Nacho ha tenido que salir de su
tierra un par de veces más haciéndole el quite a la muerte. Hoy cumple cinco
años y medio con una escolta personal asignada por el Estado y un circuito
cerrado de televisión en su casa, pues ha sido saqueada nueve veces.
Nacho fue quien destapó algunos de sus escándalos
más repudiables de la era Uribe como las chuzadas del DAS, de las que él mismo
fue víctima, y la adquisición del lote en Mosquera de Tomás y Jerónimo Uribe: una
operación en la que este par de muchachos se enriquecieron por adquirir una
tierra que sólo unos días después sería declarada zona franca por el gobierno
de su padre.
Nacho recuerda que fue hasta la Notaría 42 de
Venecia en Bogotá, y después de sacar la escritura de la zona franca y
encontrarse con los nombre de los hijos del expresidente, llamó a su director
Daniel Coronell para contarle la chiva. Pero en lugar de irse para el noticiero se fue para su apartamento porque
tenía un mal presentimiento.
Cuando llegó, sus temores no eran infundados, se
encontró con un cuadro desolador: había sido saqueado y su vecina amordazada. Esa vez se llevaron documentos de
investigaciones que adelantaba y algunos papeles de escándalos que ya habían salido a la luz hace
varios años como el de la BP.
En un país que
estaba hechizado, ¿o está?, por la demagogia del presidente Uribe, Nacho se
convirtió en “el malo de la película” y recibía insultos y “carterazos” por
parte de algunas señoras “furibistas”. El mismo expresidente, dijo ante
cámaras, tenerle miedo al loguito de Noticias Uno. Siendo que como dice el
refrán: “quien nada debe, nada teme”.
La historia de Hollman Morris no dista mucho de los
odios que se sembraron en la era Uribe, quien con su discurso calificaba de “amigo
de las Farc” a quienes pensaban distinto de él. En la liberación del ex secuestrado y actual gobernador del Meta, Alan Jara, el periodista tuvo acceso
privilegiado al sitio de liberación. Lo que en el argot periodístico llamamos “chiva”,
el ex presidente Uribe calificó como “escudarse en su condición de periodistas
para ser permisivos, cómplices del terrorismo...”
Esas palabras en vivo y en directo a todo el país acabaron
con la paz que se vivía en el hogar de Hollman. Él las estaba oyendo desde la
sala de su casa, con su esposa y sus hijos. Y es que de un momento a otro, con
esa sola declaración, Hollman se había convertido en blanco de los
paramilitares, y su vida y la de su familia estaban en riesgo.
Contando su historia, a Hollman se le quiebra la
voz, dice que nunca ha superado el tema de “empacar su vida en una maleta para
luego desempacarla nuevamente”. “A mí me encanta viajar, pero si pudiera lo haría
sin maletas, eso me dejó marcado para siempre”, sostiene.
No
todos corren con la misma suerte
Si bien salir exiliado es una tragedia desde todo
punto de vista, hay algunas cosas buenas que han venido después del exilio,
como becas en el exterior y premios de periodismo internacionales, donde sí se
reconoce la valentía y el coraje de los periodistas. Sin embargo, el caso de Nacho
y el de Morris son dos excepciones. Normalmente
el exilio acaba con la vida de las personas.
Este es el caso de Fernando Garavito, autor del
libro “El señor de las sombras”, la biografía no autorizada de Uribe Vélez, quien
después de salir exiliado murió en un accidente de tránsito en Nuevo México. Garavito
también había sido galardonado con el premio de Periodismo Simón Bolivar por su
investigación acerca de la toma del palacio de Justicia.
Lo que busca el exilio es acabar con la honra y la
dignidad de las personas. Por ejemplo, Richard Vélez, otro periodista colombiano exiliado, no ha
corrido con la suerte de Nacho y Morris, y por el contrario, le ha tocado
cambiar la pluma y los micrófonos para ser celador de un lavadero de autos en
Estados Unidos.
No esperemos a que Ricardo Calderón, periodista de
Revista Semana, quien fue víctima de un atentado esta semana, tenga que
exiliarse. Esos hechos se deben esclarecer cuanto antes, pues como lo dice Francisco
Zarco, “la prensa no solo es el arma más poderosa contra la tiranía y el
despotismo, sino el instrumento más eficaz y más activo del progreso y de la
civilización”.
Así las cosas, cuando se amenaza o se silencia a un
periodista que defiende la verdad, se amenaza a todo un pueblo, a sus
instituciones, sus libertades y su sistema democrático.
En el camino de la reparación de las víctimas, donde
los periodistas también han caído, el presidente Santos dio un paso importante en
sanar viejas heridas al hacerle un reconocimiento al periodista y actual gerente
de Canal Capital, Hollman Morris.
En un acto público, el pasado nueve de febrero, día
del periodista, le dijo: "usted es un gran periodista, además estuvo en el
mismo programa que yo estuve en la Universidad de Harvard; fue el mejor año de
mi vida, no sé si fue el mejor año de su vida; pero aquí le hago a usted un
reconocimiento. Usted es un gran periodista y ojalá siga ejerciendo el
periodismo".