Con la prima a los congresistas de cerca de 8 millones de
pesos se puso lápida a la aspiración de
reelegirse del presidente Santos. Si las elecciones fueran mañana, luego de
semejante noticia, lo más probable es que Santos se quede con las ganas de un
segundo mandato.
Esta es una bofetada a la clase trabajadora colombiana. La
razón es muy sencilla: cuando con la Ley 789 de 2002 se eliminó el pago de horas extras
para los trabajadores, ¿dónde estuvo el ministro de Hacienda de la época para
defender a los menos favorecidos?
Vivimos en un país que aplica muy bien la ley del embudo. Lo
ancho para el que tiene poder y lo angosto para quien no lo tiene. Esta noticia
genera indignación y deberíamos pasarle la cuenta de cobro en las urnas a este
Gobierno.
Sin embargo, debo ser realista. El colombiano promedio tiene
muy mala memoria, y es probable que de aquí a marzo de 2014, cuando se realicen
las elecciones parlamentarias, eso haya pasado al olvido y se premie a los
partidos de la Unidad Nacional por
semejante adefesio.
Les recuerdo que de esa alianza llamada Unidad Nacional forman
parte: el Partido de la U, Partido Liberal y el Partido Conservador. El desprestigio del
Congreso es cada vez más grande, sin embargo, no se puede revolver a todos en
una misma canasta. Rescato la actitud valiente del representante Iván Cepeda, quien
renunció a ese beneficio económico.
“Reitero mi posición: en carta a dirección administrativa
del congreso, dije que renuncio a prima que, ahora, ofrece gobierno a
congresistas”, dijo en su cuenta de twitter. No sé si en términos prácticos uno
pueda dejar de recibir, algo a lo que “por ley”
tiene derecho. Sin embargo, salir a decir que no
está de acuerdo con la medida ya es un hecho de rescatar.
Al Congreso le funcionó la medida de “los brazos caídos” de
las dos últimas semanas, luego de que el Consejo de Estado tumbara la prima de salud
y localización, y el Gobierno cayó en
la trampa. Sin duda, con esta medida se echó al bolsillo a 200 congresistas,
pero perdió a millones de colombianos, quienes nos declaramos indignados, o
para ser más criollos: ¡emputados!